Criminología entre turnos y madrugones: Mi camino universitario hacia un sueño que nunca dejé morir

Bassy Bololo Criminología, criminólogo, seguridad privada, director de seguridad, mediador, mediación penal, OSINT, osinter, delegado de protección del menor o de la infancia

Hay quienes estudian una carrera nada más salir del instituto, sin pausas, sin cruces, con un camino claro y directo. Y hay quienes, como yo, tardamos años en poder decir: “Este es mi momento”. Esta es mi historia: la de un estudiante de Criminología que, entre turnos de trabajo, madrugones y noches sin dormir, se negó a abandonar su vocación, aunque todo lo empujara a hacerlo.

Un sueño postergado, pero nunca olvidado

De adolescente, tenía claro que quería estudiar la mente de las personas. Me preguntaba por qué alguien puede ser bueno o malo, por qué alguien llega a delinquir, qué perfil tiene una víctima, cómo prevenir el delito, cómo curar el daño moral... Quería comprender lo más profundo del comportamiento humano.

Pero la vida no siempre va de la mano con las intenciones. No terminé Bachillerato en su momento, y durante años, ese objetivo quedó aparcado. Sin embargo, la semilla estaba ahí, creciendo en silencio.

Me incorporé al mundo laboral joven y encontré en la seguridad privada una vía profesional. Me formé, trabajé duro y, con el tiempo, descubrí que lo que realmente me apasionaba estaba más cerca de lo que creía: la Criminología.

Acceder a la universidad a los 25: el primer gran paso

A los 25 años decidí presentarme a la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25. La superé. Y entonces, por fin, ese sueño que llevaba tanto tiempo esperando comenzó a hacerse realidad. Criminología ya era un grado independiente, sin necesidad de pasar antes por Derecho o Psicología. Estaba dentro.

Empecé con el doble grado en Derecho y Criminología, pero trabajar a turnos lo hacía inviable. No podía sostenerlo todo. Así que decidí centrarme únicamente en Criminología. Fue una decisión dura, pero necesaria. Y el comienzo de una etapa increíblemente difícil... y profundamente enriquecedora.

Estudiar trabajando: un equilibrio casi imposible

Durante años viví atrapado entre horarios rotativos, trabajos extenuantes, clases a las que apenas podía asistir despierto, trabajos en grupo que acababa haciendo solo, evaluaciones continuas a las que no podía llegar, y exámenes que solo podía aprobar si sacaba un 10, porque todo lo demás me fallaba.

Recuerdo dormir en clase. Recuerdo estudiar en la biblioteca de noche. Recuerdo despertarme a las cuatro de la mañana para trabajar y seguir después con los estudios. Recuerdo también lo que es sostenerse únicamente por amor a lo que uno aprende.

Cuando los obstáculos vienen de donde menos lo esperas

Una asignatura se me atragantó durante cuatro años: Sociología. No por el contenido, sino por una experiencia concreta con una profesora. Ella sostenía, a raíz de sus investigaciones, que los jóvenes racializados sufríamos discriminación estructural en Valencia. Me pidió que compartiera mi experiencia personal y, con sinceridad, le dije que yo no me sentía víctima directa de esa discriminación.

Mi respuesta contradecía su tesis. Intentó convencerme de que estaba equivocado, que según sus estudios la había sufrido, aunque yo no lo supiera. Aquel desacuerdo marcó mi paso por su asignatura: “Conmigo no vas a aprobar”, me llegó a decir. Y así fue, hasta que, en mi último año de carrera, otro profesor me evaluó con objetividad y honestidad. Y aprobé.

La pandemia: un extraño respiro

Mientras para muchos el confinamiento fue una etapa oscura, para mí significó algo inesperado: tiempo. Tiempo para estudiar sin prisas, sin desplazamientos, sin tener que elegir entre comer o asistir a clase. Pude concentrarme, planificarme, avanzar.

El golpe final y el impulso definitivo

El último año fue el más duro. Falleció mi madre. El dolor, la reorganización vital, el agotamiento extremo... todo se juntó. Pero también ahí me mantuve firme. Trabajaba, estudiaba, dormía poco, pero nunca dejé de luchar. El sueño estaba demasiado cerca como para rendirme.

Y así, un día, terminó. Lo logré.

¿Por qué cuento esto?

Porque quiero que sepas que nunca es tarde para luchar por lo que amas. Que aunque los horarios no cuadren, los recursos escaseen o incluso algunos profesores te cierren puertas, si tu vocación es auténtica, nada podrá detenerte. No es fácil. Es durísimo. Pero es posible.

Si estás leyendo esto y estás en un punto de tu vida en el que crees que ya es tarde para estudiar, para cambiar de rumbo, para formarte o para seguir un sueño, quiero que sepas que no lo es. No mientras sigas respirando y deseándolo con fuerza.

Yo empecé tarde. Estudié sin recursos. Trabajé cada día. Luché contra el sueño, contra los prejuicios, contra los horarios y contra la pérdida. Y lo conseguí.

Tú también puedes.


Bassy Bololo Riokaló
Criminólogo por vocación, aprendiz constante y soñador insomne.
Aquí comparto lo que la teoría no enseña y la experiencia confirma.


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